Los medios son una institución clave para que las víctimas puedan dejar de ser víctimas.
Cuando Voltaire hizo la campaña contra las torturas o Víctor Hugo contra el antisemitismo en el ejército, ambos fueron las voces de las víctimas exigiendo derechos para los franceses.
En una sociedad democrática eso ocurre todos los días. Pero para la mitad de la población mundial, que vive bajo autoritarismos diversos, la voz de las víctimas está amordazada.
Por eso hay muchos beneficios de la libertad de expresión, pero algunos son vitales para la calidad democrática.
Si la democracia es un proceso de construcción de derechos, hay que analizar cómo esos derechos se fabrican.
Para ello afirmaré que el periodismo es un engranaje importante en esa fábrica. Como sociedad, cambiamos de opinión en forma constante. Aquello que antes nos parecía una barbaridad, ahora lo podemos exigir como un derecho.
Siempre la contraparte de un derecho ausente es una víctima y los medios suelen ser la principal mesa de entrada de su apelación pública para que se los reconozcan.
Por eso el periodismo es una institución clave en la posibilidad de que esas víctimas dejen de serlo y sus derechos sean realmente existentes.
Por supuesto, en la fabricación de un derecho hay primero que resolver quién es la víctima y quién el victimario. Y en una sociedad pluralista las políticas editoriales de los medios pueden ser antagónicas: un medio puede definir a un sector como la víctima y a otro como el victimario.
De hecho, toda política editorial es una carta de derechos, una lista de víctimas a las que se va a defender y una lista de victimarios que se va a denunciar.
Las víctimas primero suelen irrumpir por medio de conflictos y luego aspiran a hacer llegar su mensaje hacia la sociedad. De eso dependen para dejar de ser algún día víctimas.
Si bien son ejemplos históricos incomparables, tanto las Madres de la Plaza de Mayo como las Madres del Dolor, en su recorrido histórico, han tenido una dimensión periodística central.
Las víctimas necesitan la empatía social, que los ciudadanos salgan de su indiferencia y se acerquen a la indignación.
Eso es lo que hace que un derecho sea realmente existente. Puede estar formalmente reconocido, votado en el Congreso y, por lo tanto, en la letra de los códigos que los jueces usan. Pero, a pesar de todo eso, ese derecho puede estar dormido, flotando en la indiferencia social.
Eso ocurre porque los derechos son móviles. Si hay una gran inseguridad en las calles, los derechos de los presos serán más difíciles de defender socialmente. Si hay un incidente y mueren presos hacinados, sus derechos se reflotarán.
Hay una oscilación permanente en el ejercicio de los derechos y el periodismo tiene incidencia en esas oscilaciones. En esa marea a veces se privilegia a unas víctimas y a veces a otras.
La libertad de expresión es amplia si permite que las víctimas puedan defenderse cuando tienen a la marea de la opinión en contra. Si sólo hay libertad de expresión para ir a favor de la marea social, será muy frecuente que muchas víctimas sufran la sequía de sus derechos.
Existen víctimas porque algún derecho no ha sido socialmente reconocido y/o respetado. Y, por lo tanto, las víctimas son la luz de la democracia para poder reformarse y combatir las injusticias.
Por eso, sólo es realmente libre el periodismo que escucha a las víctimas.
Si esa relación prospera, el derecho avanza y si no, esas víctimas tendrán dificultades para que sus derechos tengan efectiva vigencia social. En ese caso, la democracia pierde su innata capacidad reformista.
* Fernando J. Ruiz es profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral.
FUENTE: https://www.clarin.com