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La economía del conocimiento, una oportunidad que trasciende la grieta

 

Entre las primera, segunda y tercera revoluciones industriales, transcurrieron aproximadamente 100 años. En 1784, los sistemas mecánicos con la máquina de vapor, en 1870, la producción en serie con la energía electromecánica y, en 1969, la automatización con las computadoras y la electrónica. Hoy ya estamos en la cuarta revolución industrial, marcada por la transformación digital, de la mano de las máquinas inteligentes.

Esta nueva industria 4.0, que está transformando el mundo y genera gran expectativa, se llama economía del conocimiento. No se trata solo de software, sino que incluye también actividades como biotecnología, desarrollos audiovisuales, servicios de electrónica y comunicaciones, geología, nanociencia, satélites, inteligencia artificial, robótica y servicios profesionales. Es un conjunto de actividades muy diversas con dos elementos en común: uso intensivo de la tecnología y capital humano calificado.

El crecimiento acelerado de la economía del conocimiento se refleja en varios indicadores, tales como el aumento del empleo en nuestro país entre 2007 y 2018, que fue del 60% en esta economía, frente a un incremento promedio del 17%. Lo mismo ocurre con las ventas en esta década, que crecieron un 85% en la economía del conocimiento, frente a un aumento promedio del 16%.

En 2004, se sancionó en nuestro país la Ley de Promoción de la Industria del Software, que impulsó un aumento del 50% del empleo en dicho sector, con más de 100.000 trabajadores en 5.000 empresas, en su mayoría PyMEs.

Recientemente, el 22 de mayo, el Congreso de la Nación aprobó el Proyecto de Ley de Economía del Conocimiento, que establece beneficios impositivos para crear empleo, facilidades para la formación de nuevas empresas, e incentivos a la exportación. Esta ley es una instancia superadora, que promueve no solo el software, sino todas las actividades que forman parte de este ecosistema, y que potencia aún más las posibilidades para que Argentina sea protagonista de esta transformación global. Un dato no menor es que esta ley fue aprobada por unanimidad, lo cual muestra un escenario diferente frente a tantos otros hoy signados por la grieta, y nos invita a ilusionarnos con una política de Estado que podamos sostener en el tiempo, aspecto clave si aspiramos a un cambio profundo en nuestra matriz productiva y de empleo.

Hoy los servicios basados en el conocimiento representan el tercer complejo exportador, luego de la agroindustria y el sector automotriz, con más de 6.000 millones de dólares exportados en 2018, por sobre los 4.200 millones exportados por Vaca Muerta. Los objetivos planteados por la nueva Ley de la Economía del Conocimiento para la próxima década son la creación de 215.000 nuevos puestos de trabajo y la generación de 8.500 millones de dólares adicionales de exportación anual.

Pese a que hay grandes competidores en esta carrera global, en la Argentina tenemos algunas ventajas clave: las principales son la creatividad, la formación y el talento del capital humano con espíritu emprendedor. Así como la Ley de Software ayudó al crecimiento de los cinco unicornios argentinos (empresas de base tecnológica con valuaciones por sobre los US$ 1.000 millones), la Ley de Economía del Conocimiento podría impulsar la multiplicación de emprendimientos de base tecnológica en todos los sectores productivos y en todo el país.

La economía del conocimiento no debe verse en ningún caso como una amenaza para los otros sectores productivos, sino que, por el contrario, incrementa la competitividad sistémica en todos los sectores, ya que, con calidad, tecnología e innovación, podemos producir más y mejor.

Otras características de la economía del conocimiento son el impulso de un desarrollo federal y una extraordinaria oportunidad para generar empleos. Ambos aspectos resultan estratégicos para muchas ciudades que han logrado transformarse, sobre la base de planes de desarrollo sostenidos en el tiempo, cambiando su matriz productiva y dando nuevas oportunidades de crecimiento para sus ciudadanos. Tal es el caso, por nombrar solo algunos, de Florianópolis (Brasil), Medellín (Colombia), Málaga (España), Shenzhen (China) y Córdoba (Argentina).

En este contexto, Mar del Plata tiene la oportunidad de ser una de las ciudades de Argentina que lidere este proceso. Tenemos algunas ventajas importantes, tales como un amplio espectro educativo, con una variada oferta de formación que incluye cinco universidades; una elevada calidad de vida con atractivos naturales que son muy valorados por quienes trabajan en estos sectores; un ecosistema de empresas basadas en el conocimiento con soluciones y servicios innovadores; un ecosistema científico tecnológico desarrollado, y un entramado productivo maduro y heterogéneo que se vería fuertemente potenciado por un desarrollo sostenido de la economía del conocimiento en la ciudad.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que no somos la única ciudad interesada en tener un rol protagónico en esta economía, que ya hay ciudades en nuestro país avanzando en forma constante en esta dirección desde hace algunos años y que, por lo menos en mi opinión, no es factible pensar en una gran cantidad de ciudades de Argentina que se posicionen como líderes de la economía del conocimiento.

Es así que, si tenemos el interés de transitar ese camino, debemos poner en marcha un plan de desarrollo de la economía del conocimiento, articulado con el Gobierno local, el sector productivo, el sector educativo y, por qué no, con otras ciudades de la región.

Uno de los temas centrales de dicho plan debe ser lograr un crecimiento sostenido en la cantidad de técnicos y profesionales vinculados a las diferentes áreas de la economía del conocimiento. Otro de los aspectos fundamentales es generar un ecosistema que favorezca la creación de nuevas empresas de base tecnológica y orientadas al conocimiento, brindando además condiciones equivalentes a las que ya ofrecen otras ciudades, como por ejemplo CABA y Córdoba.

Tenemos frente a nosotros una oportunidad de desarrollo que podría transformar nuestra ciudad. De nosotros depende que la podamos aprovechar y recuperar el tiempo perdido.

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