El país necesita graduar 2.500 ingenieros más cada año. Apuntarán a un formato basado en habilidades y trabajar servirá para sortear materias
Todavía falta para cubrir la necesidad, pero en las ingenierías se ve un crecimiento sostenido en la matrícula. En 2016, de hecho, se llegó al pico de 45.678 nuevos inscriptos. Sin embargo, egresan pocos. La tasa de graduación es apenas del 21%, una de las más bajas del sistema universitario, que en total tiene gradúa a tiempo al 30% de los estudiantes.
Con pequeñas variaciones, entran 40.000 a las ingenierías y egresan 8.500 seis años después. Se necesitan recibir 2.500 más por año para llegar a la meta de 1 graduado cada 4.000 habitantes, que se plantea a nivel nacional. La cantidad de egresados venía con una tendencia alcista, pero empezó a caer en 2015 y terminó de bajar en 2016 cuando se recibieron 239 menos ingenieros que dos años atrás. El tiempo real de finalización de la carrera está por encima de los 7 años.
El salto de la secundaria a la universidad explica parte de esos indicadores. «El primer año termina siendo un filtro natural. Muchos alumnos que llegan sin las competencias necesarias terminan auto excluyéndose porque sienten que no pueden y los que continúan, se atrasan. No solo el problema está en matemática. También se ve en comprensión lectora. Les va mal porque no entienden la consigna», describió a Infobae Roberto Giordano Lerena, presidente del Consejo Federal de Decanos de Ingeniería (CONFEDI).
La alta demanda laboral suele ser un aliciente para estudiar ingeniería, pero ese rasgo positivo puede jugar en contra. Por necesidad, las empresas salen a buscar alumnos, no solo cerca de terminar la carrera, sino de cuarto y tercer año, que disminuyen la dedicación al estudio. La inserción temprana al mercado laboral estira el tiempo de cursada y, en ocasiones, es un factor de deserción tardía.
Con el objetivo de mejorar los indicadores, el CONFEDI presentó ayer a la Secretaría de Políticas Universitarias y al Consejo Universitario, una nueva propuesta de estándares para acreditar las carreras, que recibió el nombre de «Libro rojo».
El «Libro rojo» apunta a cambiar el enfoque de formación: pasar del contenido a las habilidades. «El documento está hecho en orden a competencias. Hasta entonces, la preparación estaba basada en contenidos. Los alumnos tenían que demostrar conocimiento sobre determinados contenidos para aprobar. Ahora vamos más allá. Los contenidos los tenemos que dar porque son un medio para desarrollar habilidades», planteó Giordano Lerena.
Las habilidades en cuestión se dividen en dos. Por un lado, las genéricas que hacen referencia a las tecnológicas (concepción, diseño y desarrollo de proyectos) y las sociales, vinculadas al trabajo en equipo, la comunicación, la ética y el espíritu emprendedor. Por otro lado, están las específicas: cada plan de estudios debe garantizar el desarrollo de las competencias necesarias para las nuevas actividades reservadas definidas.
El proyecto es el primero adaptado a la reciente resolución 1254/18, que firmó el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y generó polémica por la disminución de las actividades reservadas. Ahora ese grupo se reduce a las acciones que implican un riesgo para la sociedad. El alcance de cada título quedó en manos de cada universidad. En esa línea, las ingenierías fueron las más afectadas.
La universidad pública es el gran receptor de estudiantes de ingeniería. Apenas el 9% va a las privadas. Una vez que se apruebe, sus profesores deberán cambiar su metodología. «En algunas universidades ya se está trabajando, pero no es un proceso de migración sencillo. El cambio cultural adentro de las instituciones va a ser complejo», reconoció Giordano Lerena, que anticipó que la semana que viene lanzarán un programa para capacitar a 330 docente de 110 facultades de todo el país.
El nuevo aprendizaje estará centrado en el alumno. Al igual que sucede con el inglés, que quienes tienen manejo lo certifican y sortean la materia, los alumnos que puedan comprobar el desarrollo de habilidades en sus respectivos trabajos, evitarán ciertos contenidos. A su vez, se modifica el concepto del trabajo final integrador. Dejará de ser «final» ya que podrán comenzarlo en tercer y cuarto año. De ese modo, apuntan a reducir la gran cantidad estudiantes que no terminan por tener la tesina pendiente.
Danya Tavela, secretaria de políticas universitarias del MEN, le dijo a Infobae: «Está la necesidad de cambiar la propuesta académica por formas más flexibles y dinámicas que permitan graduar a los jóvenes en un tiempo menor y con competencias más acorde a lo que el medio socio-productivo requiere. El conocimiento hoy no se genera ni se transfiere desde una sola disciplina, sino que se hace necesaria la multidisciplinariedad».
Desde el CONFEDI, confían en tener los nuevos estándares aprobados para fin de año. En ese momento, las universidades que lo consideren necesario empezarán trabajar en la reforma de sus planes de estudio. La duración mínima de las carreras será de 3600 horas, es decir, cinco años.
FUENTE: INFOBAE
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