por Roberto Giordano Lerena (*)
Desde muy joven, cuando era estudiante universitario, y gracias a algunos profesores que sabían hacerlo muy bien (Boria, Teszkiewicz, Porter), entendí que la misión fundamental del profesor era enamorar al estudiante de su asignatura.
Lograr que el estudiante amara su materia, la descubriera con ansias y la explorara con pasión. Esa antigua misión docente es válida para todo nivel y tiene su contracara en el reduccionismo de “enseñar” o “que los estudiantes aprendan”, lo que para muchos docentes se limita a recitar contenidos desde la “superioridad” y que los estudiantes puedan, al final del curso, repetirlos como el profesor quiere escucharlos o aprobar un examen.
La misión docente va mucho más allá de la obligación docente; es un arte; un arte que tiene en sus estudiantes a diferentes expresiones artísticas, personas “intervenidas” por el artista, para que amen su materia. Que la amen, de las miles y miles de formas que se puede amar; que la amen desde la singularidad y personalidad de cada estudiante. Así como cada uno tiene su gusto particular por un cuadro o una escultura, y que puede “trabajarse” desde una correcta apreciación de la obra, el profesor debe recurrir a la “personalización” (o enseñanza centrada en el estudiante) para enamorar de su asignatura de diferente manera a diferentes estudiantes.
Y esta misión no es sólo para el profesor universitario. Es para todos los niveles y para todas las materias que se debe enseñar a amar. El placer de avanzar página a página por Los tres mosqueteros nos lleva a decir “qué grande Alejandro Dumas” y, a la vez, “Gracias señorita Dorita Pizarro” que me enseñaste a leer y me convenciste de que era la llave para viajar en el tiempo y el espacio; Gracias por enamorarme de los libros y de la matemática. Gracias, profesora Myriam Llerena, que me enamoraste de los algoritmos y la computación y me hiciste descubrir la vocación por una profesión que me ha dado miles de satisfacciones. No hay mejor reconocimiento para un docente que las palabras “profe, me encantó su materia”. Son las palabras del aplauso al artista (1) .
Esto de enamorar a nuestros estudiantes de nuestras asignaturas requiere del dominio del arte de enamorar, de la generosidad para compartir humildemente el conocimiento, de la sensibilidad para poder conocer a cada estudiante y saber por dónde va, de la capacidad para encontrar las formas, los caminos, los códigos y los diálogos que nos permitan llegar al estudiante y de transmitirle con pasión el “objeto de conocimiento” que llegará a su corazón,
como la fecha de Cupido. Claramente, las flechas de Cupido son diferentes para cada estudiante y el buen profesor debe tallar esas flechas con conocimiento, con esmero, con cariño, con arte.
Esta tarea, que no es fácil y que requiere de la expertise del artista, ahora es más compleja aún, porque la relación docente-estudiante se traslada a la virtualidad.
El paso a la virtualidad, repentino y forzado, en todos los niveles, obligó a los artistas, hasta a los más brillantes, a reinventarse, a “tocar sin partitura” y con instrumentos que muchos no conocían. No fue fácil; para nada fácil. Las cuestiones estrictamente técnicas de las herramientas y un contexto global inédito, de angustia y desconcierto (tanto en enamoradores como en enamorables), hicieron que los artistas debieran aprender nuevas técnicas para hacer lo que desde siempre vinieron haciendo; los que lo hacían.
Aparecieron nuevos artistas digitales y viejos artistas digitalizados. Muchos se quedaron atrapados por la historia, inmovilizados por la añoranza de las épocas de la presencialidad. Pero muchos más, aceptaron el desafío (tan propio de los artistas) y exploraron nuevas técnicas y herramientas. Desarrollaron habilidades para tallar flechas digitales, que viajan por el ciberespacio y llegan con igual efectividad al corazón de los mismos estudiantes de carne y hueso que antes encontrábamos en las aulas físicas, sentados escuchándonos atentamente, y ahora lo hacen a través de una pantalla, desde sus casas. El encuentro es diferente, pero la magia puede ser la misma. Hay que recrear, en este nuevo escenario, esa magia que sólo los artistas pueden crear. No podemos resignar esa magia, ese encantamiento, esas “mariposas en la panza” producto del genuino y apasionante viaje del aprendizaje.
A los artistas que superaron el desafío de la virtualidad y que recrearon la magia, ¡muchas gracias!
Pero cuidado… el próximo reto es el más interesante. La vuelta a la “nueva normalidad” nos desafía y nos invita a aplicar, articuladamente, las técnicas e instrumentos que desarrollamos en los dos mundos; los docentes deberán aprender a mezclar las técnicas y alternar los instrumentos, aplicar cada una en su justa medida y en el momento preciso, valorar la presencialidad para lo que necesariamente debe resolverse cara a cara, y a tallar y cargar en su mochila flechas físicas y virtuales para ser usadas según la ocasión.
La normalidad post pandemia será diferente. Será una “nueva normalidad”, precisamente porque algunos escenarios cambiarán, pero, sobre todo, porque los docentes tendremos muchos más recursos para desarrollar el arte de enamorar. Los artistas que supieron adoptar nuevos instrumentos, y dominarlos, haciéndolos efectivos en el mundo virtual de la pandemia, tendrán ahora muchas más chances para enamorar a sus estudiantes, formar profesionales apasionados, crear vocaciones firmes, y hacer soñar a los niños, dependiendo del nivel en que se desempeñen.
En síntesis, esta pandemia que tanto nos angustia y quita, también algo nos brinda. Nos brinda la oportunidad de reinventarnos como docentes, como instituciones y como sistema educativo en general para ser más efectivos en el arte de enamorar estudiantes, que es, en definitiva, el arte de hacer feliz a la gente, desarrollar una sociedad comprometida y construir el futuro.
(1) Lamentablemente, también están los otros; esos otros docentes que aplastan vocaciones; esos seres que nos quitan las ganas de cursar su asignatura; que nos hacen alejar y despreciar su materia (sugiero ver Creadores de vocaciones ¡gracias! en Revista Argentina de Ingeniería Vol. 12. 2018).
(*) Decano de la Facultad de Ingeniería de UFASTA
FUENTE: La Capital
Educación, Giordano Lerena, virtualidad